sábado, 2 de noviembre de 2013

Pasa las noches en vela

Me da vértigo el punto muerto 
y la marcha atrás, 
vivir en los atascos, 
los frenos automáticos y el olor a gasoil. 

Me angustia el cruce de miradas 
la doble dirección de las palabras 
y el obsceno guiñar de los semáforos. 

Me da pena la vida, los cambios de sentido, 
las señales de stop y los pasos perdidos. 

Me agobian las medianas, 
las frases que están hechas, 
los que nunca saludan y los malos profetas. 

Me fatigan los dioses bajados del Olimpo 
a conquistar la Tierra 
y los necios de espíritu. 

Me entristecen quienes me venden clines 
en los pasos de cebra, 
los que enferman de cáncer 
y los que sólo son simples marionetas. 

Me aplasta la hermosura 
de los cuerpos perfectos, 
las sirenas que ululan en las noches de fiesta, 
los códigos de barras, 
el baile de etiquetas. 

Me arruinan las prisas y las faltas de estilo, 
el paso obligatorio, las tardes de domingo 
y hasta la línea recta. 

Me enervan los que no tienen dudas 
y aquellos que se aferran 
a sus ideales sobre los de cualquiera. 

Me cansa tanto tráfico 
y tanto sinsentido, 
parado frente al mar mientras que el mundo gira.
(Ideario, Francisco M. Ortega Palomares)

Las noches en vela son, con diferencia, las peores. Son cuando pensamos en todo aquello que no hicimos, que no dijimos, que no sentimos... Y nos invade una impotencia que nos hace sentirnos cabreados con nosotros mismos.

Debí bailar, debí lanzarme, debí hablar, debí ser más valiente... "Debís" que nos oprimen el corazón y que nos hacen sentirnos la misma mierda orgánica de siempre.

sábado, 26 de octubre de 2013

Frío y ramen en Plaza España

¿Saben que debajo de Plaza España se esconde un mundo para los sentidos? Bajando unas escaleras que se han ganado el nombre de tenebrosas (y a la vez irresistiblemente atractivas para mí) el termómetro sube 5º de golpe y comienzas a sentir la nariz de nuevo. Es otoño en Madrid y CASI parece invierno.

El caso, la mejor comida china de los Madriles (de momento, no se puede generalizar a la hora de hablar de comida) está disponible para cualquiera que ose bajar esas escaleras. Y claro, después de hora y media hablando de cultura japonesa, como era de esperar, pedimos ramen de curry.

Tras un viernes gris y hostil, nos sentamos en frente de la fuente sin sentir las manos de lo caliente que estaba nuestro ramen (les digo, quemaduras de segundo grado, el chino de la tienda había debido bajar al mismo infierno para calentarlo). Y tras haber pasado esta primera prueba se nos presenta la segunda: ¿quién carajo inventó los palillos chinos? Pero claro está, no puedes sentir plenamente si no haces las cosas como deben hacerse, y comer ramen con tenedor es, básicamente, una herejía.

De manera que sin decir una sola palabra, empezamos a comer ese caldo del cielo calentado en el mismísimo infierno, y como por arte de magia, el frío desaparece y empieza a recorrerme un escalofrío (¿escalocaliente?) por todo el cuerpo. Bendita calidez. Después de haber cargado 5 kilos de mochila por todo Madrid por fin un instante de tranquilidad. Poco a poco la garganta comienza a arder, pero es una sensación tan increíble que acerco la nariz al vaso para sentir ese fuego en mis fosas nasales también. Aspiro y espiro por la boca y puro fuego parece salir de ella, pero no es más que vaho.

Los problemas del día pasan a segundo plano y en un momento de lucidez se me ocurre escribir un blog (se me antojaba tan buena idea…)

Pesco hábilmente el último noodle. Bebo un sorbo del caldo, me baja por el esófago una bola de lava, llega a mi estómago y se extiende a todo mi cuerpo. Bendita calidez. Los seres humanos no estamos hechos para el frío, es la conclusión que saco.


De vuelta al metro y como una losa de hierro, vuelven a caer los problemas sobre mí, pero me sentía viva, y eso era lo único importante en ese momento.