¿Saben que debajo de Plaza España
se esconde un mundo para los sentidos? Bajando unas escaleras que se han ganado
el nombre de tenebrosas (y a la vez irresistiblemente atractivas para mí) el
termómetro sube 5º de golpe y comienzas a sentir la nariz de nuevo. Es otoño en
Madrid y CASI parece invierno.
El caso, la mejor comida china de
los Madriles (de momento, no se puede generalizar a la hora de hablar de
comida) está disponible para cualquiera que ose bajar esas escaleras. Y claro, después
de hora y media hablando de cultura japonesa, como era de esperar, pedimos
ramen de curry.
Tras un viernes gris y hostil,
nos sentamos en frente de la fuente sin sentir las manos de lo caliente que
estaba nuestro ramen (les digo, quemaduras de segundo grado, el chino de la
tienda había debido bajar al mismo infierno para calentarlo). Y tras haber
pasado esta primera prueba se nos presenta la segunda: ¿quién carajo inventó
los palillos chinos? Pero claro está, no puedes sentir plenamente si no haces
las cosas como deben hacerse, y comer ramen con tenedor es, básicamente, una
herejía.
De manera que sin decir una sola
palabra, empezamos a comer ese caldo del cielo calentado en el mismísimo infierno,
y como por arte de magia, el frío desaparece y empieza a recorrerme un
escalofrío (¿escalocaliente?) por todo el cuerpo. Bendita calidez. Después de
haber cargado 5 kilos de mochila por todo Madrid por fin un instante de tranquilidad.
Poco a poco la garganta comienza a arder, pero es una sensación tan increíble
que acerco la nariz al vaso para sentir ese fuego en mis fosas nasales también.
Aspiro y espiro por la boca y puro fuego parece salir de ella, pero no es más
que vaho.
Los problemas del día pasan a
segundo plano y en un momento de lucidez se me ocurre escribir un blog (se me
antojaba tan buena idea…)
Pesco hábilmente el último noodle.
Bebo un sorbo del caldo, me baja por el esófago una bola de lava, llega a mi
estómago y se extiende a todo mi cuerpo. Bendita calidez. Los seres humanos no
estamos hechos para el frío, es la conclusión que saco.
De vuelta al metro y como una losa
de hierro, vuelven a caer los problemas sobre mí, pero me sentía viva, y eso era
lo único importante en ese momento.